jueves, 21 de junio de 2012

II-LA EXPERIENCIA ESTÉTICA.


II – LA EXPERIENCIA ESTÉTICA.
¿Qué es lo que se busca? La experiencia estética, que alguien definió como la satisfacción de contemplar (si de artes visuales se trata, porque si se tratase de música, sería la satisfacción de escuchar y si se tratase de gastronomía, sería la satisfacción de degustar, dicho esto en aras de la fiel definición pero también a modo de analogía válida para facilitar el acceso a lo que se quiere significar).
Y para que tenga lugar esa experiencia estética, esa satisfacción de contemplar, ¿es necesario ir a un museo? (un templo de las musas) No necesariamente, si bien en esos sitios dedicados se han dispuesto las condiciones ideales para que esas satisfactorias experiencias tengan lugar en el ánimo de los visitantes. Como en todo templo, supongo. Pero pienso que contemplar el amanecer o el ocaso, las batallas que en el cielo libran los cargados nubarrones previos a la borrasca, el espejo irregular de un asfalto encharcado y las constantes composiciones que se regalan libremente a la apreciación de quien quiera detenerse a recoger esos regalos del espíritu, no exigen, obviamente, la concurrencia a ámbitos específicamente privilegiados para que tenga lugar la experiencia estética.
Por ejemplo, el esmero estético en el diseño industrial, anticipado a inicios del siglo XX, por el Art Nouveau (Floral, en Italia; Liberty, en EE.UU.; Modern, en el Reino Unido) alumbrado con las propuestas de la BAUHAUS, clausurada por los nazis en 1933 y finalmente predominante en la posguerra, constituye hoy una escuela abierta y permanente para casi todo anónimo usuario de un instrumento tan trivial como un sacacorchos o la vajilla que nos asiste en el consumo de nuestro desayuno o almuerzo.
Viktor Frankl, el destacado psicoanalista, mientras estaba encerrado en un campo de exterminio, evitando caer en la depresión, no admitiendo ni por un instante que los nazis llegasen a concretar, efectivamente, su muerte, ni poniendo en duda que se reencontraría con su amada esposa, prisionera en otro campo similar, cultivaba la satisfacción de contemplar bellezas estéticas en las azarosas formas abstractas que los hongos dibujaban en algunas paredes húmedas. Las texturas grises, verdosas, pardas y negras que jugaban en la rugosa superficie de los muros, le brindaban la rara ocasión de ejercer y preservar la capacidad esencialmente humana de apreciar estéticamente formas y colores.
Burri, el plástico italiano, tras ser liberado del campo de concentración, pasó muchos años realizando sus famosas composiciones de arpilleras semi deshechas, burdamente entrecosidas y manchadas estratégicamente de rojo, a veces de rojo y negro. Evocaba artísticamente los vendajes precarios de los prisioneros heridos. Supo rescatar la chispa de inexorable belleza en medio del infierno: Supo ver la belleza de los dientes del perro muerto. “¡Parecen perlas!”, dice el autor de aquel evangelio apócrifo.
Me enseñó una profesora amiga, durante mi primer año en la Universidad, que se reconocen fácilmente los estudiantes de Arquitectura cuando van por la calle: levantan la vista, buscan siluetas, estilos, frentes, cariátides, armonías y contrastes en las masas edilicias que pueblan las ciudades y raramente detectadas por el apresurado transeúnte citadino.
Todo puede tener una dimensión estética. Esa dimensión está en “el ojo” que contempla. Y cuando digo “estética”, no digo “belleza”, porque hay una estética de la fealdad, incluso del “horror”. Cuando Albert Dürer dibujó a su madre decrépita, con impecable técnica, no habrá, seguramente, mostrado su obra exclamando “¡esta es mi bella madre!”, sino, más bien: “esto es lo que es, esto es lo que queda…”, y su dibujo impresiona por la técnica y el realismo, antes que por una “fácil belleza”.
Entre los filatelistas uno solía encontrar auténticos estetas. No sólo por la valoración visual del sello postal que integraban a su colección o que anhelaban incluir, sino también por la graciosa distribución de las distintas piezas sobre la hoja del álbum. La apreciación del matasellos, demasiado entintado o débil o antiestéticamente descentrado del ideal rincón, los tornaba los exquisitos “cazadores furtivos a la vez que celosos guardabosques”, como celebérrimamente se ha definido a todo coleccionista serio. Se me podrá decir que no son obras de arte. Relativamente aceptado. Pero sin duda que se trata de experiencias estéticas, de satisfacciones al contemplar, lo cual constituye toda una gimnasia preparatoria, una elongación de los tendones de la apreciación estética.

Hannah Lilith Migliavacca. Agosto 2 , 2010.


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