II – LA
EXPERIENCIA ESTÉTICA.
¿Qué
es lo que se busca? La experiencia estética, que alguien definió como la
satisfacción de contemplar (si de artes visuales se trata, porque si se tratase
de música, sería la satisfacción de escuchar y si se tratase de gastronomía,
sería la satisfacción de degustar, dicho esto en aras de la fiel definición
pero también a modo de analogía válida para facilitar el acceso a lo que se
quiere significar).
Y
para que tenga lugar esa experiencia estética, esa satisfacción de contemplar,
¿es necesario ir a un museo? (un templo de las musas) No necesariamente, si
bien en esos sitios dedicados se han dispuesto las condiciones ideales para que
esas satisfactorias experiencias tengan lugar en el ánimo de los visitantes.
Como en todo templo, supongo. Pero pienso que contemplar el amanecer o el
ocaso, las batallas que en el cielo libran los cargados nubarrones previos a la
borrasca, el espejo irregular de un asfalto encharcado y las constantes
composiciones que se regalan libremente a la apreciación de quien quiera
detenerse a recoger esos regalos del espíritu, no exigen, obviamente, la
concurrencia a ámbitos específicamente privilegiados para que tenga lugar la
experiencia estética.
Por
ejemplo, el esmero estético en el diseño industrial, anticipado a inicios del
siglo XX, por el Art Nouveau (Floral, en Italia; Liberty, en EE.UU.; Modern, en
el Reino Unido) alumbrado con las propuestas de la BAUHAUS, clausurada por los
nazis en 1933 y finalmente predominante en la posguerra, constituye hoy una
escuela abierta y permanente para casi todo anónimo usuario de un instrumento
tan trivial como un sacacorchos o la vajilla que nos asiste en el consumo de
nuestro desayuno o almuerzo.
Viktor
Frankl, el destacado psicoanalista, mientras estaba encerrado en un campo de
exterminio, evitando caer en la depresión, no admitiendo ni por un instante que
los nazis llegasen a concretar, efectivamente, su muerte, ni poniendo en duda
que se reencontraría con su amada esposa, prisionera en otro campo similar, cultivaba
la satisfacción de contemplar bellezas estéticas en las azarosas formas
abstractas que los hongos dibujaban en algunas paredes húmedas. Las texturas
grises, verdosas, pardas y negras que jugaban en la rugosa superficie de los
muros, le brindaban la rara ocasión de ejercer y preservar la capacidad
esencialmente humana de apreciar estéticamente formas y colores.
Burri,
el plástico italiano, tras ser liberado del campo de concentración, pasó muchos
años realizando sus famosas composiciones de arpilleras semi deshechas,
burdamente entrecosidas y manchadas estratégicamente de rojo, a veces de rojo y
negro. Evocaba artísticamente los vendajes precarios de los prisioneros
heridos. Supo rescatar la chispa de inexorable belleza en medio del infierno:
Supo ver la belleza de los dientes del perro muerto. “¡Parecen perlas!”, dice
el autor de aquel evangelio apócrifo.
Me
enseñó una profesora amiga, durante mi primer año en la Universidad, que se
reconocen fácilmente los estudiantes de Arquitectura cuando van por la calle:
levantan la vista, buscan siluetas, estilos, frentes, cariátides, armonías y
contrastes en las masas edilicias que pueblan las ciudades y raramente
detectadas por el apresurado transeúnte citadino.
Todo
puede tener una dimensión estética. Esa dimensión está en “el ojo” que
contempla. Y cuando digo “estética”, no digo “belleza”, porque hay una estética
de la fealdad, incluso del “horror”. Cuando Albert Dürer dibujó a su madre
decrépita, con impecable técnica, no habrá, seguramente, mostrado su obra exclamando
“¡esta es mi bella madre!”, sino, más bien: “esto es lo que es, esto es lo que
queda…”, y su dibujo impresiona por la técnica y el realismo, antes que por una
“fácil belleza”.
Entre
los filatelistas uno solía encontrar auténticos estetas. No sólo por la
valoración visual del sello postal que integraban a su colección o que
anhelaban incluir, sino también por la graciosa distribución de las distintas
piezas sobre la hoja del álbum. La apreciación del matasellos, demasiado
entintado o débil o antiestéticamente descentrado del ideal rincón, los tornaba
los exquisitos “cazadores furtivos a la vez que celosos guardabosques”, como
celebérrimamente se ha definido a todo coleccionista serio. Se me podrá decir
que no son obras de arte. Relativamente aceptado. Pero sin duda que se trata de
experiencias estéticas, de satisfacciones al contemplar, lo cual constituye
toda una gimnasia preparatoria, una elongación de los tendones de la
apreciación estética.
Hannah
Lilith Migliavacca. Agosto 2 , 2010.
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