“The Cellar Fairy”, acrílico 70cm x 50cm.
VOCES ENTREVISTAS: Conversaciones de Jaqueline Goldberg con
creadores y apasionados.
Ellas, sus propias mujeres.
25 de agosto de 2007.
Instalada en el
sofá de mi apartamento, ataviada con una blusa de flores, empinadas sandalias y
joyas de ámbar, su rostro se desliza por esos riscos indescifrables que son las
hijas de Eva después de los cincuenta años: equinocciales, míticas,
desprovistas de edad y sexo.
De Hannah Lilith
Migliavacca, la de ojos de encandilado cobalto, oriunda de Buenos Aires, la
Reina del Plata, residenciada en Caracas desde 1991, supe por vez primera
cuando la escuché leer sus poemas durante un recital en el Museo de Arte
Contemporáneo de Caracas.
No es Hannah lo que
el común entiende monolíticamente por “mujer”, sino que habita el recientemente
difundido recodo “transgénero” que, por
desconocimiento, suele echarse en el mismo saco de la transexualidad
prequirúrgica y postquirúrgica, el travestismo y la homosexualidad. Ellas se
asumen como mujeres, visten como mujeres, piensan como mujeres, pero entre sus
muslos se balancean genitales masculinos de los que no les interesa apartarse,
aunque no formen parte indispensable de su artillería erótica. Ellas son, cada
una desde su desasosegado flanco, un resquicio de libertad, un triunfo sobre el
oscurantismo homofóbico del siglo pasado y más actualmente un discurso político
andante que abofetea sin restricciones.
¿Qué ímpetu íntimo
arroja las señales precisas para que alguien decida desafiar la intemperie de
los dogmas sociales? O, más pedestremente: ¿Qué pasos ha necesitado dar una
persona anatómicamente masculina para deambular por las calles de una capital
vestida de mujer, con la absoluta convicción de que es una mujer?
Hannah es una
extranjera, una outsider, pero no en su cuerpo sino en la vastedad de una lucha
política que no conoce fronteras. Su feminidad, además de certeza, es la
consigna que abre paso a tantas otras transgéneros que pasan a nuestro lado sin
que nos percatemos de ello. Para
empezar, cabe la duda de qué vocablos convocar para referirse a ¿ella?, ¿él?
Se denomina
transgénero (TG) a una persona que invoca la convicción de que su verdadera
identidad genérica corresponde al género opuesto al que evidencia su anatomía
genital y como tal se desempeña en los roles y conductas sociales que asume. En
los debidos foros se ha convenido el empleo del artículo femenino para
individuos de anatomía masculina e identidad femenina: LAS TRANSGÉNEROS.
(Inversamente, las mujeres anatómicas con identidad masculina se denominan LOS
TRANSGENEROS.) Es decir, se utiliza el artículo de destino, no el de origen.
Hannah es tajante
al respecto: “Soy una mujer con pene”. De tal neta manera, en adelante el
camino se aligera. Basta con mirarla para convencerse de que frente a nosotros
gesticula una fémina. No estamos frente a una “elección de vida”. No se trata
de que la persona desee u opte por ser de una determinada manera. Esto es una condición fisiológica.
Todas las condiciones intersexuales, incluyendo los trastornos de identidad de
género, también llamados disforia de género, son variaciones biológicas en la formación de la sexualidad humana. Lo
más actual que sabemos a nivel científico es que durante la gestación el
cerebro se desarrolló de un sexo y el resto del cuerpo lo hizo con
características del sexo opuesto. De allí la
profunda convicción de ser una persona del sexo opuesto al evidenciado por
la anatomía genital. No podemos modificar la estructura cerebral. Pero podemos
apoyar a la persona a través de tratamientos psicológicos, psicoanalíticos o
psiquiátricos, luego a través de la Terapia de Reemplazo Hormonal (TRH) y
finalmente, a través de la intervención quirúrgica (no siempre imprescindible)
para que pueda ver aparecer progresivamente en el espejo a la imagen de quien
siempre anheló ser.
“Es que tener un
pene bajo la falda a mí no me hace menos mujer…yo soy mujer así, así me acepto
y punto. Así que asumiendo mi condición he adoptado un primer y segundo nombre,
mientras conservo mi apellido familiar. Mi primer nombre es Hannah, que en
hebreo significa Gracia, y Lilith es el segundo, que hace referencia en el
folklore judío a una “mujer fatal”, una “devoradora”, la noctámbula, la Reina
de la Noche. Relacionar así mi más íntima identidad genérica con tales
estandartes espirituales (elegidos a través de mi adulto libre albedrío) constituye
para mí otro paso en la construcción de una personalidad monolítica (sin
fisuras esquizoides) al apostar plenamente mi existencia a lo que creo y
siento. Y por supuesto, nada de closet! Soy mujer full-time y Hannah L.
Migliavacca es mi identificación profesional (aunque no legal, desgraciadamente
y muy a mi pesar) Entonces, en público y en privado resulto ser una impecable
presencia femenina.”
Claro que todo ese
“…yo soy mujer así, así me acepto y punto.” No vino gratis sino que es el
resultado de un alambicado proceso que se inicia con sus primeros recuerdos de
infancia. “Conservo fotografías tempranísimas donde se me ve muy amanerada
luciendo una indumentaria demasiado confusiva (en una época que todavía no se había
inaugurado el “unisex”). A mi abuela materna, una institutriz inglesa que
educaba a los hijos del Embajador Británico de turno y única representante del
Eterno Femenino en mi entorno, le pedía que me regalara sus potes de crema Pons
vacíos, pero que dejara un poquito para mí. También los labiales
terminados…pero no del todo. Me hubiese gustado aprender a tejer como ella,
pero pusieron el grito en el cielo. Esta mujer, árida y seca, no sé si sería
consciente de cada instancia de mis cambios, pero parecía verlo como una cosa
natural, como juegos a los que no había que darles tanta importancia. Las pocas
veces que me quedaba por unas horas sola en la casa me probaba los sostenes de
mamá…(como todassss!)”
“Cuando era
chiquita solía dibujar bonitas mujeres desnudas, lo cual es perfectamente
normal a esa edad y muy particularmente si el niño está dotado en ese sentido.
Siendo hoy una artista plástico no debería maravillarnos tal precocidad. Sólo
que mis chicas lucían grandes penes, si bien a esa edad ya estaba
suficientemente informada sobre el tema. Cierta vez mi madre vio esos dibujos
pintados con témpera y destacó, sin escándalo alguno, que las mujeres carecían
de genitales masculinos. Defendí mi “producción” afirmando que se las veía más
lindas así. De todos modos, poco después, un domingo me llevó al Museo de
Bellas Artes para mostrarme las grandes obras maestras que mostraban mujeres
desnudas “sin atributos agregados”. Me dije, para mis adentros, que el día que
fuese capaz de pintar así completaría la apariencia de las bellas damas. (Y
cumplí mi promesa!).”
Su familia de
origen inglés e italiano se hacía la vista gorda: “Mi familia lo único que hizo
fue aceptar, sin ninguna alegría, lo que todos sospechaban que serían los
rasgos de mi vida. Con el correr de los años lo temido se hizo factual. Como
dice J. Lacan: Sólo hay que esperar lo temido.”
En la Argentina de
la infancia de Hannah todo lo que no estaba prohibido era obligatorio; todo lo
que se movía se saludaba y lo que no se movía se pintaba. En ese orden
fascistoide todos los niños iban a la escuela (obligatoriamente uniformados) y
una vez al año debían pasar con cita por Sanidad Escolar, que expedía el
Certificado de Salud imprescindible para continuar la escolaridad. Toda
anomalía era atendida gratuitamente a través de Odontología, Oftalmología, etc.
“A los nueve años el médico clínico que me revisaba observó que mis pechos y
caderas se estaban desarrollando contrariamente a las expectativas. Me
derivaron a Endocrinología y en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires
determinaron que se trataba de un desarreglo hormonal, por lo que, en el mejor
espíritu del cientificismo positivista finisecular, decidieron inyectarme
hormonas masculinas los lunes, miércoles y viernes, sagradamente. A pesar de
ese incesante goteo, mis pechos seguían creciendo de manera inexorable, para
desesperación de los endocrinólogos y para delicia de mis vecinitos mayores,
quienes los disfrutaban a mansalva. Eran juegos inocentes, puedo asegurar que
no éramos conscientes de lo que hacíamos. O, al menos, ese era mi caso.
Inventábamos todo lo que se podía hacer a fuerza de puro instinto, como
bichitos”.
Hannah tenía
relaciones sexuales con muchachos mayores, pero no le gusta hablar de “abuso”,
pues para ella se trató siempre de un asunto muy divertido e inocente.
A modo de valiosa
ilustración científica: Hannah descubrió hace poco, por pura casualidad, durante
el receso de una conferencia que dictaba
en el Celarg, al cambiar impresiones con una médica sexóloga, que probablemente
lo que la caracteriza sería lo que el médico J.M. Morris llamó en los años
sesenta Síndrome de Feminización Testicular y, en fechas más recientes
substituido por el más apropiado y menos estigmatizante término SIA, Síndrome
de Insensibilidad a los Andrógenos (hormonas masculinas que producen los
testículos). Es decir, eso explicaría por qué su cuerpo tampoco registraba las
hormonas que le inyectaban y adoptó algunas características físicas femeninas
continuando su marcha inexorable. Un costoso Cariotipo Genético sólo podría
ratificar o rectificar la plausible teoría pero no modificaría su realidad
cotidiana, con la que se siente muy a gusto porque, como diría en su Buenos
Aires querido: “¡Si es tan lindo ser mina!”.
Al llegar la
legendaria madrugada de la adolescencia, en la que todo se trastoca y trasmuta,
comenzó de manera incipiente a admitir explícitamente sus diferencias con el
sexo masculino y sólo mantuvo relaciones homosexuales: todo intento con el otro
sexo fue una desilusión mientras se acumulaban preguntas que en esa época no
tenían ningún tipo de respuesta, al menos satisfactoria. También se acumulaba
una deuda con la vida:
“Me horrorizaba
llegar a la vejez sin haberme continuado biológicamente, no me lo iba a
perdonar y ya sería irreversible. En aquel entonces tenía una desesperación por
los chicos, me encantaban los chiquitos. Alrededor de los 20 años el instinto
de procrear fue más vigoroso que todas las batallas ganadas a la represión.
Entonces inicié toda una campaña consciente, ridícula, muy patética pero real.
Experimenté el esfuerzo sobrehumano de ser hombre y me casé sólo para tener
hijos…qué desastre!”
Aunque
pesadillezco, el matrimonio duró dieciséis años: “Ocurre que tuve una gran
prosperidad económica que creó vínculos de interés. Más que un matrimonio,
aquello era una empresa. Hasta que, bueno, las cosas tienen un precio en esta
vida. Desgraciadamente, en ese momento, había dos criaturas involucradas.
Tuvimos, institucionalmente, dos hijos; en realidad, uno era mío y el otro no.
Pero mi hijo más querido fue el que no era mío y tristemente murió a los quince
años: una bella persona, me dio, además, muchas más satisfacciones que mi hijo
carnal, que salió un desastre y con el que tuve una ruptura total. Hay
proyectos que salen fallidos. Ese hijo lo fue. Mi sexualidad fue un tema del
que no se habló, pero que nunca fue un misterio. Mientras duró el matrimonio
real –los primeros siete años- la fidelidad fue un bastión. No quería
interferencias en mi apuesta por la virilidad y no me interesaban las
relaciones intrascendentes. Las varias mujeres que ha habido en mi vida no son
mujeres muy…mujeres. Son en algún sentido, mayor o menor, mujeres muy
masculinas. Me refiero al carácter, no al “rostro y figura”. Mi esposa era
infinitamente masculina en cuanto a mujer de empresa. Una Hillary cualquiera.
Emprendedora, ejecutiva. Recordando el pasado, diría que era muy masculina en
la cama, también. Reconocer que en ese terreno jamás hubo una queja desde allá
ni desde acá. Pero era una persona, de las tantas que he conocido, que opina
que esas cosas se hacen, pero no se piensan ni se hablan. Sobre todo…no se
hablan!”
Con el divorcio
ocurrió también la reconquista de la vida. Volvió a la querida Universidad de
Bs.As., a la Facultad de Filosofía y Letras –al casarse había abandonado Arquitectura
y Urbanismo- debió aprender de nuevo a manejar la ciudad, sobre todo esa
subterránea urbe de pesquisas sexuales; montó la Librería Minotauro, que con el
correr de los años se convirtió en un antro de poetas, filósofos y pintores en
el tradicional barrio anarquista y bohemio de San Juan y Boedo, hogar de Homero
Manzi, Cátulo Castillo y los hermanos Lomuto; se incorporó a la Comunidad
Homosexual Argentina (CHA), en aquel entonces clandestina, merced a la
dictadura militar que enlutaba a la nación.
“Esa época tuvo lo
patético y lo necesario, debo reconocerlo. Un día nos encontramos con la locura
de Las Malvinas, en el desesperado intento de los torturadores de escapar hacia
adelante, haciendo lo malo, aún peor. Igual, el manotazo de ahogado no les
sirvió y a poco cayeron los milicos. Con el triunfo de la culturosa Unión
Cívica Radical, se acabó la censura de todo tipo: vino un destape desenfrenado
y una sociedad que había estado ferozmente reprimida se largó a loquear de
cualquier manera. Hubo una comprensible confusión de valores. En mi caso, no
solamente era el destape por la desaparición de la dictadura militar, sino que
era también la celebración de la caída de la otra dictadura, la doméstica que
yo había padecido: la mía propia. Me quería poner al día con todo lo que no
había vivido, como todos, pero yo, al cuadrado. Ese soltarse en mí pasó por la
diversidad sexual. Fue una etapa bastante sórdida pero, afortunadamente, sin
consecuencias, a pesar de insistentes versiones sobre La Peste Rosa y El Cáncer
Gay. No terminábamos de creerlo: pensábamos que eran cuentos de los curas y sus
amigos, los defenestrados fascistas vernáculos, envidiosos de nuestra
festichona.”
HANNAH COMENZÓ A VESTIRSE DE MUJER muy progresivamente. Primero se zambulló en el glamour de la ropa
interior femenina. Más tarde salió a la calle con blusas y accesorios. Luego se
depiló, comenzó a maquillarse discretamente y se calzó las sandalias. Las
faldas no le gustan, pero por su incomodidad. De todas maneras, hay ocasiones
que la comodidad y la practicidad rinden sus banderas a la seducción. Como la
infinita mayoría, un día respiró hondo y comenzó a tragar anticonceptivos “a la
criolla”. Al anoticiarse sobre las consecuencias que dicho proceder podría
acarrearle (un Accidente Cardio-Vascular, o Cardio-Cerebral, o la amputación de
un miembro debida a la oclusión arterial por un trombo, etc.) hace años que
sigue un Tratamiento de Reemplazo Hormonal (TRH) supervisada por médicos
especialistas que controlan la composición de su sangre y muy particularmente
su perfil hormonal. Con todo, no le interesa llegar a una metamorfosis genital.
Ella asegura estar muy a gusto tanto con las topografías masculinas como con
las femeninas que confluyen en su altísima y angulosa humanidad. “Yo NO estoy
“encerrada en el cuerpo equivocado”, como acostumbraban decir en la década de
los ´60. Soy una unidad psicosomática: no somos dos. Estoy en este cuerpo, que
acomodo para qué se parezca a como me siento.” Lo que popular e incorrectamente
se llama cirujía de cambio de sexo se denomina correctamente cirugía de afirmación de género, (o
VAGINOPLASTIA) debido a que si bien el sexo se corresponde con una
configuración anatómicamente genital a nivel macroscópico, también constituye
una estructura microscópicamente cromosómica. Los genitales se pueden operar,
los cromosomas, no. El SEXO es un
hecho físico, el GÉNERO es la percepción de una identidad antroposociocultural.
O, para expresarlo más pedestremente: El sexo está entre las piernas pero el
género está entre las orejas. Por así decir…
“Verdaderamente,
puedo resistir cualquier cosa, menos la tentación! Después de todo soy una Hija
de Lilith. ¿O lo van a poner en duda? Mi condición no me ha impedido una
formación universitaria. En 1986 fui iniciada en el Buddhismo Zen y en la
actualidad continúo mi práctica regular. He militado en organizaciones no
gubernamentales comprometidas con la lucha por los Derechos Humanos de la gente
GLBT: desde la emblemática CHA, en el lejano Sur, hasta mi independiente
colaboración en varias instituciones que he visto nacer y crecer en Caracas.
Desde 1991 resido
legalmente en Venezuela donde he diseñado indumentaria femenina para mi propia
marca y para otras empresas textiles. He ejercido profesionalmente la
Fotografía, medio en el que me especialicé en Arquitectura, Decoración, Aérea e
Industrial, alcanzando la categoría “International” de la Professional
Photographers of America, con el prestigioso aval de Avecofa (Asociación
Venezolana de la Comunidad Fotográfica) tras haberme desempeñado con muchos de
los más destacados arquitectos del país. Recibí de la Cristóbal Rojas un
reconocimiento honorífico por mi aporte a la Fotografía en Venezuela, con el
respaldo de Sutrafos (Sindicato Único de Trabajadores de la Fotografía).
Mi palabra fue
requerida en el Celarg, en el Ateneo de Caracas, en el Primer Foro
Universitario sobre Diversidad Sexual (UCV), en el Instituto Pedagógico de
Caracas y en incontables foros donde se trató la temática de la diversidad
sexual, en especial la transgenérica, donde brindé mi “opinión de usuaria” sin
hipócritas disimulos. Recientemente expuse por espacio de cuatro horas,
convocada por la Sociedad de Psicoanalistas de Caracas, quienes me solicitaron
publicar la disertación. Me han entrevistado periódicos de la Capital y del
Interior. La revista virtual Kalathos se interesó en mi poesía y en mi
cosmovisión. En mi condición de mujer trans el Museo de Arte Contemporáneo de
Caracas me invitó a recitar un ramillete de mis poesías con motivo del Día
Internacional de la Mujer.
En el dominio de la
Pintura he participado en exposiciones colectivas en Latinoamérica y EE.UU.
Hasta diciembre del 2005 disfruté de una beca otorgada por la FAE, que me
permitió concretar varios proyectos plásticos postergados. Directo fruto de ese
aporte fue mi participación en la muestra “Erótica”(1800 Gallery, CCS, 2005)
OCCURRENCES (Sydiart Studio, Chicago, 2005) y Hardcore Gallery, Miami, 2006;
Las Miradas de Buddha (Gal. Espacios Abiertos, CCS, 2006) En octubre 2007 monté
“Nativa de Alter” en el marco del Primer Encuentro Iberoamericano de Espacios
Alternativos. Hasta el 7 de mayo de 2008 estuve a cargo del Taller Abierto de
Formación Permanente de Dibujo y Pintura. Pero siempre tengo algunos alumnos de
Dibujo y Pintura que se renuevan constantemente.
Decía el inefable
J.D. Salinger que la pregunta final y definitoria no es “Tuviste éxito o no?”
sino que la verdadera pregunta hacia el final de la carrera será “Colgaste
todas tus estrellas? Desarrollaste en tu vida todo tu potencial?” Tengo la
profunda convicción que THE BEST IS YET TO COME! No me quiero despedir sin un
Grand Finale. (Y te aseguro que lo estoy viendo venir! Aunque lamento que no
puedo adelantarte nada…)
Hannah espera que
la evolución de los DDHH le conceda el cambio de nombre en los documentos de
identidad. Cuenta con la documentación clínica y psicológica que certifica su
condición transgenérica de sexo masculino pero de género femenino y los
tratamientos a que se ha sometido. Sabe que considerar esa posibilidad al
momento de escribir estas líneas constituye un imposible burocrático. Hace tres
años ya que una destacada abogada y profesora universitaria ha destruido total
e irrevocablemente sus órganos generativos masculinos y ni siquiera consigue
que brinden alguna respuesta a su demanda. Dado que el establishment se niega a
darle la documentación que pide, su militancia, ese dar la cara como mujer,
constituye también una forma de protesta.
El nombre masculino
en un documento de identidad en el que aparece la fotografía de una mujer no ha
acarreado hasta ahora a Hannah inconvenientes civiles, pero sí malos ratos
innecesarios. Hay personas que sonríen, otras se asustan, las más bajan la mirada
y se embolsillan la suspicacia. “Si no fuese trágico, sería cómico. Y la
tragedia resulta de que quienes me tratan a diario y me consideran
respetuosamente como “la Sra. Hannah”, si un día necesitan mi cédula para un
trámite específico, no entienden nada o entienden y se horrorizan, salpicándome
con su caos, hasta cierto punto comprensible, considerando la formación que
recibe el individuo en su casa, en la escuela y en los medios.”
Hannah no oculta el
orgullo que le brindan sus senos: “Me han querido obsequiar una implantación.
No quise. Esto es natural, todo mío y bien firme.” La aceptación de sí misma no
es, de todas maneras, totalmente espontánea. Ha pasado la mitad de sus días en
divanes psicoanalíticos y psiquiátricos, hurgando sus meandros. “No hay que
engañarse, uno no acepta lo que no sirve. Si uno ha sido eficiente en su
desempeño, si se ha probado que sirve, se acepta. Auto aceptarse tiene que ver
con la auto estima; bueno…TODO tiene que ver con la auto estima…Mi vida no
tiene secretos: tiene pudores.”
También la poesía,
esa escritura redentora de la fragilidad del alma, la ha socorrido. Escribe
desde la adolescencia y aunque no le ha perseguido la sensualidad de contemplar
sus expresiones impresas y encuadernadas, sus textos develan una madurez
literaria en la que se evidencia un imaginario netamente femenino. (adjunto
“Las noches y la noche”.)
Y acota con su
intacto acento porteño: “No creo que un hombre pueda escribir eso, así.”
LA GÉNESIS DE HANNAH LILITH MIGLIAVACCA estuvo enlutada por
el tratamiento con que se quería corregir una desviación que no era tal, así
como por amenazas escatológicas, sufrimiento psicológico y desprecio por parte
de sus padres. “Se me fue desintegrando sistemáticamente, disminuyéndome,
descalificándome de infinitas maneras, constantemente arrostrándome lo que
hubiese sido mi valor como hombre frente a mi percepción de mí misma como una
mujer “de segunda”. Hace ya muchos años que aprendí a erguirme de ese marasmo
de sentimientos de inadecuación y minusvalía. No obstante, soy consciente y
debo abiertamente reconocer que el dolor que he experimentado hasta el momento
y el que deberé seguir afrontando en el proceso de cotidianamente aceptarme y
amarme tal cual soy, llegará a ser el logro mayor de mi vida. Particularmente,
cuando toda esta sociedad subdesarrollada a la cual pertenecemos, machismo
mediante, ha sido estimulada a execrar toda alteridad en el ámbito sexual o
genérico. ¡Como si en todo el infinito universo hubiese dos individuos iguales!
CREAR ES CREARSE.”