jueves, 21 de junio de 2012

EL PROCESO DE AFIRMACIÓN DE GÉNERO en mujeres transgenéricas.



El proceso de afirmación de género en mujeres transgenéricas.     ©Hannah Lilith Migliavacca.
Se denomina transgénero (TG) a una persona que invoca la convicción de que su verdadera identidad genérica corresponde al género opuesto al que evidencia su anatomía genital y como tal se desempeña en los roles y conductas que asume.
La identidad de género es la percepción subjetiva de quién uno realmente es. Es como el dolor: no se puede mostrar a los demás, ni se puede probar objetivamente, por lo que nuestra cultura materialista, en el viejo marco del fisicalismo cientificista finisecular, se resiste a reconocerla aun cuando sea tan real como nuestros genitales y más inmanejable que éstos.
Cuando la identidad de género no se corresponde con los genitales generalmente surge el conflicto, debido a que nuestra sociedad no le asigna un rol a esta variante de la sexualidad humana, a diferencia de otras civilizaciones. Y el conflicto reside en que tal variante, tan natural como cualquier otra, no es “oficialmente” percibida como “normal”. NORMAL es lo que la sociedad, los otros, los demás, hayan decidido que deba SER o HACER.
El ser humano es gregario. Desea pertenecer a su grupo. Por ello, el más grande anhelo de la criatura es ser normal (ser como cualquier otro, como los demás, “pasar”) Para lograrlo crea un ser artificial, poniendo en ello tanto esfuerzo, tanta perspicacia, que convence a la sociedad a la que está destinado ese personaje. Incluso, a veces, a sí mismo, pero a menudo, temporariamente.
Al respecto, opina Karl Gustav Jung: “La persona es un complicado sistema de relación entre la conciencia individual y la sociedad; es, oportunamente, una especie de máscara destinada por un lado a producir determinada impresión en los demás y, por el otro, a ocultar la naturaleza verdadera del individuo. La construcción de una persona adaptada a lo colectivo significa una formidable concesión hecha al mundo exterior, un verdadero sacrificio del individuo, que obliga sin miramientos al Yo a identificarse con la “persona”, de modo que EXISTEN REALMENTE GENTES QUE CREEN SER LO QUE REPRESENTAN” (El Yo y el Inconsciente)
En el particular caso de las gentes que nos ocupan,  transgéneros de cuerpo masculino y cerebro femenizado, una persona masculina constituye una construcción artificial producida por el individuo en su etapa adolescente (12 a 15 años) a fin de encajar y pasar como uno más (siempre y cuando no le dé por encarnar al más feroz y sanguinario macho-man, en su terror a que su última realidad pueda ser, de alguna manera, intuida por el entorno tan temido…)
Y una vez creado el sujeto físicamente masculino, vive en ese rol con tal convicción histriónica que, en ese universo de nieblas y espejos, termina creyéndose sus propias mentiras: una personalidad caracterizada por metas masculinas, gustos y desagrados masculinos, valores masculinos, hobbies masculinos, perfectamente actuados, como si se tratase de su auténtica realidad. Pero ese tinglado no es auténtico, para nada! Apenas es su pasaporte y su visa para “pasar” por lo que no es. Qué fatigante esa vida de permanente actor por obligación!
Pero agazapada durante décadas bajo innumerables capas de engaño yace una niña que espera, paciente, la hora de también ella salir a SU escena…su momento histórico.                       A medida que la íntima realidad se hace más difícil de suprimir, a pesar de las impuestas expectativas de la sociedad, el verdadero ser necesita expresarse, de alguna manera, en algún momento. Con las manos ya cansadas de apretar, vencido por el agotamiento que le produce la lucha estéril, el muñeco de trapo va aflojando.
Para la mayoría, vestirse es el compromiso ineludible: “Ya que no puedo ser femenina, al menos expresaré femineidad.” Pero a medida que se le permite al verdadero ser expresarse, los muros de la represa van cediendo y la necesidad de MÁS se torna imperiosa.
Algunos continúan ese proceso de más y más. Llevan a cabo la manifestación gradual del despliegue progresivo e inexorable del ser auténtico. Otros se horrorizan de lo que están haciendo, se espantan, interrumpen y en algún momento…vuelven a empezar. Eso puede pasar varias veces. Persisten o se suicidan: No se tolera la derrota en el terreno más significativo de la existencia. Son los “suicidados por la sociedad”. No son “casos marginales”: Son casos marginados por la ignorancia, la superstición, la pereza de imaginar.
Tener en cuenta que no se trata de una carrera rectilínea, divertida. Sino que es una competencia de obstáculos peligrosos sobre terreno accidentado. Se trata de un parto y como en todo parto cabe la posibilidad cierta de que se trate de un proceso largo, difícil, muy doloroso y plagado de dudas, por momentos. Además implica la muerte de un viejo personaje, muy poco querido, pero que nos acompañó durante tantos años. En esta galería de suplicios, que desnuda la falacia de “es una elección de estilo de vida”, nadie puede negar que al final del túnel brilla la alegría que produce la expectativa de una nueva vida, un comienzo tan esperado como tantas veces fuese amenazado y postergado.
Considero que hemos llegado al punto apropiado de esta exposición para expresarme respecto de los rótulos: travesti  (TV) (o crossdresser (CD)), transgénero  (TG) y transexual (TS): Al margen de sus definiciones técnicas (sólo-ropa, pre-op, post-op) tengo la certeza, basada en muchos casos observados, de que se trata de ajustes negociados del conflicto entre el natural y subjetivo género femenino (la identidad de género) y el imperativo social de ser “normal”; el CÓMO, CUÁNDO Y CUÁNTO (HASTA DÓNDE) correr la frontera entre “la chica que no se aguanta más el encierro” y la “persona masculina” que con tanto dolor y esfuerzo construyó en su adolescencia. Al respecto, cabe comentar que no existe una solución óptima, sólo puede haber una solución personal, subjetiva: una frontera móvil, dinámica, que se re-define día-a-día. Durante la afirmación sexual surgen dudas y también revelaciones. Lo que un día fue así, otro día podrá ser un error, (“demasiado”), o una etapa superada (“hay que seguir avanzando”). Distintas actitudes se imponen en los distintos momentos de la demolición.
Además, esta lucha, esta resolución o negociación del conflicto, no se da en un ámbito ideal, aséptico: se da con las patas profundamente enterradas en el fango de la descarnada realidad circundante. Resulta a menudo muy costoso abandonar una existencia masculina edificada durante décadas. A veces hay una esposa, hijos. Casi siempre están nuestros padres, nuestros suegros, toda la constelación social que confió en nosotros y nos apoyó en la consecución de las metas que en algún momento manifestamos honestamente anhelar. Así que no se trata solamente de bienes materiales; también hay sentimientos involucrados. ¿Dejar todo y producir tanto dolor a nuestros seres queridos está justificado para liberar a la tierna muchachita que se alberga en el cuerpo masculino de un cuarentón? Aparte de la escena laboral, donde no es lo mismo…pero es igual! Y bueno, al fin, en un orden de situaciones totalmente diverso, no resulta menos desgarrante un caso (caos?) de divorcio: la convivencia se torna imposible y hay que reconocer que se han cometido costosos errores. Y en la situación de un esposo con conflictos de identidad de género, al menos no cabe el reproche de los celos: no se trata de que apareció “otra”. (  Es la de siempre! )
Así que antes de dar pasos por cuenta propia, conviene conversar extensamente con un clínico de confianza, como primera aproximación. Luego con un psicólogo (NO CON UN SACERDOTE) que nos aporte una visión imparcial, objetiva. Porque tras pasar toda una vida engañando al universo (lo que nos incluye), llega un momento que no se sabe qué es real y qué es ilusorio. Si bien es cierto que sólo el personaje central de la novela sabe hacia dónde y hasta dónde ir, justo será admitir que en la polvareda del combate interior reina una confusión paradigmática. Además, ante cualquier decisión trascendental en la vida (y esta lo es!) conviene consultar con un profesional experimentado y confiable que pueda percibir nuestro verdadero rostro y nuestra verdadera situación. También nos puede ayudar a decidir el cómo y el cuándo “anunciar la buena nueva”.
Difícilmente me creerán si afirmo con toda seriedad que algunos pocos casos se diluyen en medio de estas consultas. Y menos aún (afortunadamente) resultan casos psiquiátricos, donde la familia tendrá que llorar otro tipo de inesperada tragedia. Una familia culta o extremadamente comprensiva podrá resolver la situación sin implicar la destrucción del hogar. No en todos los casos es imprescindible pasar por la terapia de reemplazo hormonal.(TRH) Para no hablar de cirugía, que para nada es imperativa. Pero psicoterapia necesitamos todos! Eso seguro!
No todo psicoterapeuta es idóneo en estos casos. Ante todo, lo obvio: Un terapeuta es un buen oyente. La mayoría de la gente deprimida o angustiada por cualquier razón, lo que necesita es una “oreja” que no lo juzgue y que no lo persuadirá de arribar a conclusiones que no desea. Claro, esa objetividad es condición necesaria pero no suficiente. Para ayudar a una transgénero a resolver su trastorno de identidad de género y a guiarla en solución o manejo de todas las otras áreas de conflicto que a partir de su condición se originan, tras toda una existencia en “la doble vida”. (Cuando no en la triple vida!). Este terapeuta deberá ser capaz de tranquilizar a su paciente aclarando dudas, erradicando mitos, mentiras, desinformación. Deberá señalarle las opciones posibles en lo social, lo legal, lo medicinal, sin ser un profesional en esos terrenos. Deberá ser capaz de contener los episódicos desbordes emocionales que implica desmontar la armadura artificial, la imagen viril, que va cayendo pieza a pieza, para ir revelando progresivamente un nuevo ser que podrá ser femenino…o más femenino aún. Lo que ese nuevo ser pueda parecer a los demás (parientes, amigos y conocidos) es de efímera importancia intrínseca, porque el ente de nuestros afanes se siente feliz (en medio de una confusión enorme) y, a menudo, íntegramente individuo por primera vez en su vida.
En el proceso de afirmación (lo que antes se llamaba “transición”) distinguimos tres grandes momentos (podría hacerse una partición más numerosa, sin duda):
1.-El DARSE CUENTA de que el género cerebral es diferente del género físico. En la obsoleta jerga de los años 50 (los “stollerianos”) es percibirse como “una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre” (o…”en un cuerpo equivocado”.) Esta etapa pasa por actitudes característicamente adolescentes (no incidiendo en esto la edad cronológica del individuo en cuestión) y que atienden particularmente a lo superficial: la ropa, el maquillaje, las pelucas, generalmente a nivel ritual, es decir en la soledad del hogar, cuando los papis y/o la esposa no están se exhuma una misteriosa maleta de entre los trastos del garaje. Dependiendo de las circunstancias familiares, puede darse el uso cotidiano de prendas íntimas femeninas bajo ropa de calle masculina o ambigua (unisex). Hay mucho de transgresión, de aventura, de juego secreto (con riesgo calculado) y es la hora de la culpa y la expiación, del conflicto y la confusión, del pánico y el closet. Siente que algo está mal en él: no en la óptica de la sociedad, los demás, los otros.
2.-La aceptación del auténtico ser. Han pasado años o décadas y, decididamente, esto es demasiado serio (grave) para andar jugando a las pelucas y leyendo revistas de moda femenina. ADEMAS de la ropa, el maquillaje y las pelucas (etc: se han ido sumando accesorios varios) se asume un destino manifiesto,” irreversible” (¿): se inicia la búsqueda de asistencia para la afirmación del auténtico ser (para lo cual es imprescindible comenzar a comunicar al mundo el “secreto”, selectivamente) Se investiga sobre hormonas, electrólisis, cirugías. Pero el varón artificial es el que todavía está al mando. (“Sabe qué ocurre? Tengo un amigo/primo/sobrino que tiene un problema…”) Porque la persona masculina “sabe lo que hace”. No se puede dejar “a la loca de la casa hacer lo que quiera”.
3.-La aparición del verdadero ser. Desmantelar al déspota de aserrín implica un enorme esfuerzo y costos, de todo tipo. Ha sido menester la asistencia técnica “exterior” en las personas de un médico clínico, un psicólogo, un endocrinólogo, laboratorios clínicos, eventualmente un psiquiatra, además de peluqueras, dermatólogas, abogados, etc, etc. Finalmente liberada del peso de semejante “muerto”, la niña crece y se desarrolla robusta en su nueva vida, dichosa y ostentando valores e intereses necesariamente muy distintos de los de aquel pobre infeliz.
Es llegado el crucial momento de considerar la (no imprescindible) etapa quirúrgica mayor. Otra vuelta de tuerca: Otra vez vale la pena consultar los pro y los contra con “los que saben”, antes de desprenderse de “las joyas de la corona” para alegría de los accionistas y el gato de una clínica.

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