El proceso de afirmación de género en mujeres
transgenéricas. ©Hannah Lilith Migliavacca.
Se denomina
transgénero (TG) a una persona que invoca la convicción de que su verdadera
identidad genérica corresponde al género opuesto al que evidencia su anatomía
genital y como tal se desempeña en los roles y conductas que asume.
La identidad de
género es la percepción subjetiva de quién uno realmente es. Es como el dolor:
no se puede mostrar a los demás, ni se puede probar objetivamente, por lo que
nuestra cultura materialista, en el viejo marco del fisicalismo cientificista
finisecular, se resiste a reconocerla aun cuando sea tan real como nuestros
genitales y más inmanejable que éstos.
Cuando la identidad
de género no se corresponde con los genitales generalmente surge el conflicto,
debido a que nuestra sociedad no le asigna un rol a esta variante de la
sexualidad humana, a diferencia de otras civilizaciones. Y el conflicto reside
en que tal variante, tan natural como cualquier otra, no es “oficialmente”
percibida como “normal”. NORMAL es lo
que la sociedad, los otros, los demás, hayan decidido que deba SER o HACER.
El ser humano es
gregario. Desea pertenecer a su grupo. Por ello, el más grande anhelo de la
criatura es ser normal (ser como cualquier otro, como los demás, “pasar”) Para
lograrlo crea un ser artificial, poniendo en ello tanto esfuerzo, tanta
perspicacia, que convence a la sociedad a la que está destinado ese personaje. Incluso, a veces, a sí
mismo, pero a menudo, temporariamente.
Al respecto, opina
Karl Gustav Jung: “La persona es un
complicado sistema de relación entre la conciencia individual y la sociedad;
es, oportunamente, una especie de máscara
destinada por un lado a producir
determinada impresión en los demás y, por el otro, a ocultar la naturaleza verdadera del individuo. La construcción de
una persona adaptada a lo colectivo significa una formidable concesión hecha al mundo exterior, un verdadero sacrificio del individuo,
que obliga sin miramientos al Yo a identificarse con la “persona”, de modo que EXISTEN REALMENTE GENTES QUE CREEN SER LO
QUE REPRESENTAN” (El Yo y el Inconsciente)
En el particular
caso de las gentes que nos ocupan,
transgéneros de cuerpo masculino y cerebro femenizado, una persona masculina constituye una
construcción artificial producida por el individuo en su etapa adolescente (12
a 15 años) a fin de encajar y pasar como uno más (siempre y cuando no le dé por
encarnar al más feroz y sanguinario macho-man, en su terror a que su última
realidad pueda ser, de alguna manera, intuida por el entorno tan temido…)
Y una vez creado el
sujeto físicamente masculino, vive en ese rol con tal convicción histriónica
que, en ese universo de nieblas y espejos, termina creyéndose sus propias
mentiras: una personalidad caracterizada por metas masculinas, gustos y
desagrados masculinos, valores masculinos, hobbies masculinos, perfectamente
actuados, como si se tratase de su auténtica realidad. Pero ese tinglado no es
auténtico, para nada! Apenas es su pasaporte y su visa para “pasar” por lo que
no es. Qué fatigante esa vida de permanente actor por obligación!
Pero agazapada
durante décadas bajo innumerables capas de engaño yace una niña que espera,
paciente, la hora de también ella salir a SU escena…su momento histórico. A medida que la íntima
realidad se hace más difícil de suprimir, a pesar de las impuestas expectativas
de la sociedad, el verdadero ser necesita
expresarse, de alguna manera, en algún momento. Con las manos ya cansadas de
apretar, vencido por el agotamiento que le produce la lucha estéril, el muñeco
de trapo va aflojando.
Para la mayoría, vestirse es el compromiso ineludible:
“Ya que no puedo ser femenina, al menos expresaré femineidad.” Pero a medida
que se le permite al verdadero ser expresarse,
los muros de la represa van cediendo y la necesidad de MÁS se torna imperiosa.
Algunos continúan
ese proceso de más y más. Llevan a cabo la manifestación gradual del despliegue
progresivo e inexorable del ser auténtico. Otros se horrorizan de lo que están
haciendo, se espantan, interrumpen y en algún momento…vuelven a empezar. Eso
puede pasar varias veces. Persisten o se suicidan: No se tolera la derrota en
el terreno más significativo de la existencia. Son los “suicidados por la
sociedad”. No son “casos marginales”: Son casos
marginados por la ignorancia, la superstición, la pereza de imaginar.
Tener en cuenta que
no se trata de una carrera rectilínea, divertida. Sino que es una competencia
de obstáculos peligrosos sobre terreno accidentado. Se trata de un parto y como
en todo parto cabe la posibilidad cierta de que se trate de un proceso largo, difícil, muy doloroso y plagado de dudas,
por momentos. Además implica la muerte de un viejo personaje, muy poco querido,
pero que nos acompañó durante tantos años. En esta galería de suplicios, que
desnuda la falacia de “es una elección de estilo de vida”, nadie puede negar
que al final del túnel brilla la alegría que produce la expectativa de una
nueva vida, un comienzo tan esperado como tantas veces fuese amenazado y
postergado.
Considero que hemos
llegado al punto apropiado de esta exposición para expresarme respecto de los
rótulos: travesti (TV) (o crossdresser
(CD)), transgénero (TG) y transexual
(TS): Al margen de sus definiciones técnicas (sólo-ropa, pre-op, post-op) tengo
la certeza, basada en muchos casos observados, de que se trata de ajustes
negociados del conflicto entre el natural y subjetivo género femenino (la
identidad de género) y el imperativo social de ser “normal”; el CÓMO, CUÁNDO Y CUÁNTO
(HASTA DÓNDE) correr la frontera entre “la chica que no se aguanta más el
encierro” y la “persona masculina” que con tanto dolor y esfuerzo construyó en
su adolescencia. Al respecto, cabe comentar que no existe una solución óptima, sólo puede haber una solución
personal, subjetiva: una frontera móvil, dinámica, que se re-define día-a-día.
Durante la afirmación sexual surgen dudas y también revelaciones. Lo que un día
fue así, otro día podrá ser un error, (“demasiado”), o una etapa superada (“hay
que seguir avanzando”). Distintas actitudes se imponen en los distintos
momentos de la demolición.
Además, esta lucha,
esta resolución o negociación del conflicto, no se da en un ámbito ideal,
aséptico: se da con las patas profundamente enterradas en el fango de la
descarnada realidad circundante. Resulta a menudo muy costoso abandonar una existencia masculina edificada durante
décadas. A veces hay una esposa, hijos. Casi siempre están nuestros padres,
nuestros suegros, toda la constelación social que confió en nosotros y nos
apoyó en la consecución de las metas que en algún momento manifestamos
honestamente anhelar. Así que no se trata solamente de bienes materiales;
también hay sentimientos involucrados. ¿Dejar todo y producir tanto dolor a
nuestros seres queridos está justificado para liberar a la tierna muchachita
que se alberga en el cuerpo masculino de un cuarentón? Aparte de la escena
laboral, donde no es lo mismo…pero es igual! Y bueno, al fin, en un orden de
situaciones totalmente diverso, no resulta menos desgarrante un caso (caos?) de
divorcio: la convivencia se torna imposible y hay que reconocer que se han
cometido costosos errores. Y en la situación de un esposo con conflictos de
identidad de género, al menos no cabe el reproche de los celos: no se trata de
que apareció “otra”. ( Es la de siempre! )
Así que antes de
dar pasos por cuenta propia, conviene conversar extensamente con un clínico de
confianza, como primera aproximación. Luego con un psicólogo (NO CON UN SACERDOTE) que nos aporte
una visión imparcial, objetiva. Porque tras pasar toda una vida engañando al
universo (lo que nos incluye), llega un momento que no se sabe qué es real y
qué es ilusorio. Si bien es cierto que sólo el personaje central de la novela
sabe hacia dónde y hasta dónde ir,
justo será admitir que en la polvareda del combate interior reina una confusión
paradigmática. Además, ante cualquier decisión trascendental en la vida (y esta lo es!) conviene consultar con
un profesional experimentado y confiable que pueda percibir nuestro verdadero
rostro y nuestra verdadera situación. También nos puede ayudar a decidir el cómo y el cuándo “anunciar la buena
nueva”.
Difícilmente me
creerán si afirmo con toda seriedad que algunos pocos casos se diluyen en medio
de estas consultas. Y menos aún (afortunadamente) resultan casos psiquiátricos,
donde la familia tendrá que llorar otro tipo de inesperada tragedia. Una
familia culta o extremadamente comprensiva podrá resolver la situación sin
implicar la destrucción del hogar. No en todos los casos es imprescindible
pasar por la terapia de reemplazo hormonal.(TRH) Para no hablar de cirugía, que
para nada es imperativa. Pero
psicoterapia necesitamos todos! Eso seguro!
No todo
psicoterapeuta es idóneo en estos casos. Ante todo, lo obvio: Un terapeuta es
un buen oyente. La mayoría de la gente deprimida o angustiada por cualquier
razón, lo que necesita es una “oreja” que no lo juzgue y que no lo persuadirá de arribar a conclusiones
que no desea. Claro, esa objetividad es condición necesaria pero no
suficiente. Para ayudar a una transgénero a resolver su trastorno de identidad
de género y a guiarla en solución o manejo de todas las otras áreas de
conflicto que a partir de su condición se originan, tras toda una existencia en
“la doble vida”. (Cuando no en la triple vida!). Este terapeuta deberá ser
capaz de tranquilizar a su paciente aclarando dudas, erradicando mitos,
mentiras, desinformación. Deberá señalarle las
opciones posibles en lo social, lo legal, lo medicinal, sin ser un
profesional en esos terrenos. Deberá ser capaz de contener los episódicos desbordes
emocionales que implica desmontar la armadura artificial, la imagen viril, que
va cayendo pieza a pieza, para ir revelando progresivamente un nuevo ser que podrá ser femenino…o más femenino
aún. Lo que ese nuevo ser pueda parecer a los demás (parientes, amigos y
conocidos) es de efímera importancia intrínseca, porque el ente de nuestros
afanes se siente feliz (en medio de
una confusión enorme) y, a menudo, íntegramente
individuo por primera vez en su vida.
En el proceso de
afirmación (lo que antes se llamaba “transición”) distinguimos tres grandes
momentos (podría hacerse una partición más numerosa, sin duda):
1.-El DARSE CUENTA
de que el género cerebral es diferente del género físico. En la obsoleta jerga de
los años 50 (los “stollerianos”) es percibirse como “una mujer atrapada en el
cuerpo de un hombre” (o…”en un cuerpo equivocado”.) Esta etapa pasa por
actitudes característicamente adolescentes (no incidiendo en esto la edad
cronológica del individuo en cuestión) y que atienden particularmente a lo
superficial: la ropa, el maquillaje, las pelucas, generalmente a nivel ritual,
es decir en la soledad del hogar, cuando los papis y/o la esposa no están se
exhuma una misteriosa maleta de entre los trastos del garaje. Dependiendo de
las circunstancias familiares, puede darse el uso cotidiano de prendas íntimas
femeninas bajo ropa de calle masculina o ambigua (unisex). Hay mucho de
transgresión, de aventura, de juego secreto (con riesgo calculado) y es la hora
de la culpa y la expiación, del conflicto y la confusión, del pánico y el
closet. Siente que algo está mal en él: no en la óptica de la sociedad, los
demás, los otros.
2.-La aceptación
del auténtico ser. Han pasado años o décadas y, decididamente, esto es
demasiado serio (grave) para andar jugando a las pelucas y leyendo revistas de
moda femenina. ADEMAS de la ropa, el maquillaje y las pelucas (etc: se han ido
sumando accesorios varios) se asume un destino manifiesto,” irreversible” (¿):
se inicia la búsqueda de asistencia para la afirmación del auténtico ser (para
lo cual es imprescindible comenzar a comunicar al mundo el “secreto”,
selectivamente) Se investiga sobre hormonas, electrólisis, cirugías. Pero el
varón artificial es el que todavía está al mando. (“Sabe qué ocurre? Tengo un
amigo/primo/sobrino que tiene un problema…”) Porque la persona masculina “sabe
lo que hace”. No se puede dejar “a la loca de la casa hacer lo que quiera”.
3.-La aparición del
verdadero ser. Desmantelar al déspota de aserrín implica un enorme esfuerzo y
costos, de todo tipo. Ha sido menester la asistencia técnica “exterior” en las
personas de un médico clínico, un psicólogo, un endocrinólogo, laboratorios
clínicos, eventualmente un psiquiatra, además de peluqueras, dermatólogas,
abogados, etc, etc. Finalmente liberada del peso de semejante “muerto”, la niña
crece y se desarrolla robusta en su nueva vida, dichosa y ostentando valores e
intereses necesariamente muy distintos de los de aquel pobre infeliz.
Es llegado el
crucial momento de considerar la (no imprescindible) etapa quirúrgica mayor.
Otra vuelta de tuerca: Otra vez vale la pena consultar los pro y los contra con
“los que saben”, antes de desprenderse de “las joyas de la corona” para alegría
de los accionistas y el gato de una clínica.
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